En pleno corazón del Valle del Almanzora, se puede descubrir este bonito enclave de La Cerrá de Tíjola a través de una ruta de 7,2 kilómetros
Adentrarse en el paraje de La Cerrada de Valentín, La Cerrá de Tíjola, es sinónimo de sumergirse en el patrimonio histórico y natural de Tíjola, en pleno corazón del Valle del Almanzora. Antes de hacer este “viaje en el tiempo” hasta los orígenes del municipio almeriense, cautiva la magia de la vida rural que se respira en sus calles.
La caminata por la calle Huertas de la Polaca conduce hasta la Plaza de España, epicentro del pueblo de Tíjola donde se sitúa su Ayuntamiento. Allí la vida tiene más vida. Algunos vecinos salen de la casa consistorial ajetreados, mientras otros disfrutan en el bar, tranquilamente, de un gran aperitivo en buena compañía. Aún estando en la calle, todos parecen estar en casa, y se saludan con mucha alegría, poniéndose un poco al día sobre cómo ha ido el verano y lo loco (aún más) que parece el mundo últimamente.
A lo lejos predomina un paisaje verde. Una montaña llena de historia y de pasado donde antiguamente se asentaba su población: Tíjola La Vieja. Un pasado que ahora parece abrazar la vida presente de sus vecinos, pero sin olvidar sus orígenes, de los que todavía podemos encontrar muchas señales.
El paraje de La Cerrada de Valentín, o ‘La Cerrá de Tíjola’
Ascendemos por la carretera y tras un camino de piedras (y muchas curvas de vértigo) llegamos hasta la primera parada de periplo temporal. Uno de los tesoros más escondidos y bellos de Tíjola: El paraje de La Cerrada de Valentín, más conocido como ‘La Cerrá de Tíjola’.
Tras caminar unos pasos, un estrecho desfiladero enorme (ni más ni menos que unos 120 metros) se abre ante nuestros ojos. La naturaleza más pura y espectacular hace acto de presencia en este rincón rocoso que esconde una historia de luchas, trabajo, familia y diversión.
En este lugar se asentaban las antiguas poblaciones. Un paraje muy cotizado gracias a su entorno, en el que abundaba el agua, los minerales y sobre el que se erigía una gran fortaleza para proteger el terreno. Por La Cerrá de Tíjola pasa el río Bacares, principal afluente del río Almanzora. Antiguamente, aprovechaban las caídas del agua para las tareas locales, como la agricultura.
Un rincón escondido de Tíjola
Un grupo de cabras montesas pasean por esta majestuosa roca vertical. Y son varios los senderistas que han decidido descubrir este rincón escondido de Tíjola en una mañana soleada de septiembre.
Cruzamos un bonito puente para conocer de pleno La Cerrá de Tíjola. Y tras él se abre un recorrido de rocas y cascadas (ahora sin agua), que son mucho más vistosas con la llegada de la primavera, y que en invierno son conquistadas por el deshielo del Calar Alto. Todo ello coronado por un hermoso paisaje verde, que en ciertas partes, hay que “esquivar” para seguir el sendero.
Este gran desnivel y la riqueza de agua hicieron que la población se asentase en el lugar, pues podían vivir de la agricultura, la ganadería y les permitía contar con molinos de agua. Alguno de ellos es visible hoy en día durante la ruta. Concretamente, el ‘Molino de la Cerrá’, que mandó a construir Guillermo Guiard Burgalat en 1880 cuando se estableció con su familia en Tíjola, procedentes de Francia. El francés hizo que funcionase con las técnicas más novedosas de aquella época, dejando caer el agua desde un desnivel con varios metros de altura. Por otra parte, el ‘Molino de Don Ramón’, situado un poco más arriba. Este estuvo a pleno rendimiento hasta que en la década de los setenta fue destruido por una riada.
Un lugar de leyendas e historias
Alzando la vista se pueden ver las tres colinas que rodean este monumento de la naturaleza. En lo alto de ellas estaba el castillo, de difícil acceso, y del que aún quedan restos de la muralla. Un lugar lleno de leyendas e historias que todavía siguen contando los tijoleños de generación en generación: Tíjola La Vieja. Una de ellas la protagoniza un rey moro, que antes de ser abatido y preso por sus enemigos, prefirió desplomarse por la colina a lomos de su caballo. La historia de este monarca y su fiel amigo se ha quedado para siempre en el lugar, y se puede ver claramente la escena del salto tatuada en la roca.
Pero sus historias van mucho más allá. Y es que, en marzo de 1570, Juan de Austria frenó a los rebeldes moriscos que estaban en la fortaleza y consiguió despoblar aquel territorio. Esto dio lugar a una nueva vida en la zona con la llegada de pobladores.
La vida en el paraje de La Cerrada de Valentín también trascurría en las profundidades de las rocas. De su subsuelo se podían extraer minerales como el cobre. Es la cueva de la Paloma la que producía este material desde la época argárica, dos milenios antes de Cristo, hasta hace apenas un siglo. Subiendo hasta la zona norte del enclave, y tras recorrer un bonito camino de arena, se llega hasta la entrada de esta cueva, que se puede ver desde el exterior.
Sendero de La Cerrá de Tíjola
El actual sendero de La Cerrá de Tíjola antiguamente era un paso de regantes. Durante la década de 1930 hicieron una serie de obras para que pudieran pasar los carros hasta el molino del sur. Posteriormente, en los 70 se volvió a modificar para permitir el accedo de los vehículos, principalmente los de mantenimiento.
Este recorrido da comienzo junto a la ermita de San Salvador, que puede reconocerse fácilmente por su característica cúpula celeste. Tras ella se dispone un camino de tierra que baja hacia el río Bacares, por el que hay que descender para seguir el camino, pero sin llegar al río.
La ruta tiene una duración aproximada de dos horas y un recorrido de 7,28 kilómetros, alcanzando una altura máxima de 865 metros. Es un plan perfecto para hacer en familia, pues es un sendero sencillo. Además, la entrada a la cueva de la Paloma será el lugar perfecto para hacer un pequeño descanso, ya que hay zona para sentarse.
Durante el trayecto enamora el encuentro entre la Tíjola del pasado y la del presente. Su ermita de San Salvador, el Molino de la Cerrá, la cueva de la Paloma, o las ruinas de leyendas y batallas de Tíjola La Vieja. Un enclave único, una maravilla de la naturaleza y una historia guardada para siempre.