La Plaza Vieja de Almería, zoco en época musulmana, acoge hoy el Ayuntamiento de Almería y el Monumento a «Los Coloraos», el conocido como ‘Pingurucho’

Las plazas tienen mucho qué decir de las ciudades. Es ese punto de reunión que delata las costumbres de sus habitantes. De eso la Plaza Vieja de Almería (Plaza de la Constitución) sabe más que cualquier otra, zoco como fue desde la época musulmana. Es un testigo vivo de la historia, naciendo casi a la vez que la propia ciudad y no siendo en balde el nombre por el que hoy se la conoce, aunque ha sido llamada de distintas formas dependiendo de la época. Esa es su esencia, sirviendo de reflejo de la cultura de aquellos que la transitaban.  

Casi encerrada en sí misma, sirve sin embargo de puente entre dos puntos clave de la ciudad. Lo lleva haciendo desde hace más de 1.000 años, cuando el califa omeya Abderramán III vio en Almería todo un mundo de posibilidades. Ya entonces conectaba la calle de la Mezquita Mayor hasta Puerta Purchena y la vía de lo que era la medina con el puerto. Hoy sus caminos siguen llevando hasta el pasado, dando una de sus salidas al conjunto monumental de la Alcazaba.

Origen árabe de la Plaza Vieja de Almería

Descanso en la Plaza Vieja. | Esperanza Murcia/QVEA

Resulta mágico imaginar estos lugares en otras épocas. Fantasear con sus vidas pasadas, así como la de las personas que por ella pasaban. Algunos de sus episodios son conocidos, como la celebración de los Juegos de Cañas que allí se hacía -un juego de origen árabe por el que recreaban acciones bélicas que seguían celebrando tras la Reconquista-, los ejercicios ecuestres que se practicaban o, incluso, en tiempos más modernos, las ‘merendillas’ antes de irse de parranda para ver a los toros. 

Es curioso porque podría pensarse que una plaza no tiene nada de especial. Pero hablamos de un lugar que ha resistido las religiones y regímenes políticos que han ido sucediéndose casi desde la fundación de la ciudad. Siempre ha sido un punto de encuentro, reuniendo a distintas culturas, algunas completamente diferentes, a lo largo de su existencia.

Remodelación de Trinidad Cuartara

Un paseo por la Plaza Vieja de Almería. | Esperanza Murcia/QVEA

Dejando atrás su origen musulmán, quedando la ciudad conquistada por los Reyes Católicos en 1489, comienza a ser lo que ahora es. Se traslada allí el Ayuntamiento, que sigue en el mismo lugar, y comienza a acoger eventos de la sociedad de toda clase: procesiones, desfiles militares, mercados –en un guiño de lo que comenzó siendo- o corridas de toros.

Siempre intocable, sin cambiar. No se toca nada de su aspecto hasta 1812, año de ‘La Pepa’, cuando el arquitecto Trinidad Cuartara, almeriense, ejecuta la remodelación que la convierte en la plaza que ha llegado a nuestros días.

La apariencia que se aprecia en nuestros tiempos nace a finales del siglo XIX, cuando se construyen los soportales de medio punto que la caracterizan con los rasgos típicos de las plazas cerradas y porticadas que entonces se estilaban.

Eso más las casas de dos plantas que se levantaron, cotizadísimas en la época donde era todo un lujo salir a sus balcones para contemplar la vida de lo que se conocía como la “nueva Almería”. Al cuerpo de los soportales se le acaban uniendo otros más: un segundo formado con estos balcones y un tercero compuesto por un ático. Aunque no son sus únicos elementos.

El Ayuntamiento y el Fandanguillo de Almería

Ayuntamiento de Almería y, al fondo, la Alcazaba. | Esperanza Murcia/QVEA

El Ayuntamiento de Almería se alza como el edificio más alto de la Plaza Vieja de Almería. No es casualidad. Se creó como un símbolo del poder político de la institución y del espíritu de la nueva sociedad almeriense que se gestaba a finales del XIX y principios del XX.

Los soportales del edificio se modificaron porque no necesitaban albergar más ningún mercado, que se situó junto al Paseo de Almería donde hoy está. De estilo ecléctico, la Casa Consistorial destaca por una torre compuesta de una cúpula semiesférica ocupada por un reloj, así como por el propio escudo de la entidad.

Pero esta torre también guarda un secreto: un carrillón que canta el ‘Fandanguillo de Almería’, de Gaspar Vivas, en honor a la ciudad. Cerrado por mucho tiempo por obras, desde hace unos años el consistorio volvió a recuperar su actividad, trasladando allí de nuevo la labor política y administrativa que es parte de la plaza y su identidad. 

El Pingurucho: Monumento a los Mártires de la Libertad («Los Coloraos»)

El ‘Pingurucho’ o Monumento a ‘Los Coloraos’. | Esperanza Murcia/QVEA

Si hay algo que llama la atención nada más pisar la Plaza Vieja de Almería es el Monumento a los Mártires de la Libertad, más conocido como el “pingurucho”.

El obelisco es un homenaje al “Pronunciamiento de Almería o de Los Coloraos”, nombre por el que llamaron a los 24 liberales que en agosto de 1824 aterrizaron con sus casacas rojas, de ahí el apodo, a la costa de Almería. Lo hicieron para manifestarse en contra el absolutismo de Fernando VII y a favor de ‘La Pepa’, la Constitución de 1812, pero les acabaron dando muerte por fusilamiento el mismo mes que llegaron.

Aunque al principio se levantó en Puerta Purchena, se trasladó en 1900 a la plaza, quedando derribado por el régimen franquista en 1943, matando de nuevo a «los Coloraos». Por petición popular se reconstruyó con mármol blanco de Macael en el mismo lugar donde debía de estar en 1988, por petición popular.

Hotel y baños termales para disfrutar

Rooftop de AIRE Hotel & Ancient Baths. | AIRE Hotel & Ancient Baths

La Plaza Vieja de Almería no es solo un lugar de tránsito o de gestiones, sino también un espacio para disfrutar. Uno se puede relajar en los baños termales que deleitaron a la mismísima Khalessi. Sí, a la gran Madre de Dragones encarnada por Emilia Clarke, que pudo recrearse en el placer de la relajación en AIRE Hotel & Ancient Baths.

Aunque desde allí, además de entregarse al poder sanador del agua, uno puede contemplar uno de los mejores atardeceres de la ciudad. Para vislumbrar los colores rosáceos y anaranjados del ocaso hay que subir a su terraza, desde la que se puede ver la asombrosa Alcazaba, el Cerro de San Cristóbal o parte del Convento de las Claras.

Un escenario de lujo para terminar babeando en sus bares de abajo, como el restaurante 4 Hojas de Juanjo Carabajal, una apuesta de cocina diferente aprovechando los productos de calidad de la tierra de Almería. Y es que cuando uno entra en la Plaza Vieja, lo encuentra todo allí.

Enclaustrada en el gigante azul, todo lo que le rodea es paisaje salvaje y virgen dentro del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar

Huele a playa. A salitre. La trae la brisa de verano nada más bajar. Las montañas abren paso al mar hasta que asoman dos grandes peñones al fondo. Se ha llegado a La Isleta del Moro. Enclaustrada en el gigante azul, todo lo que le rodea es paisaje salvaje y virgen enmarcado dentro del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. El camino hacia ella, pasando por Rodalquilar, es de postal. Como si de repente se tuviera la necesidad de fotografiar cada minuto que se pasa en el lugar.

No importa si se deja el coche en el descampado de la entrada, en el acantilado, o en el céntrico lavadero. Uno ya intuye que está en un pueblo, en realidad pedanía de Níjar, especial. Es de esos espacios que parecen sobrevivir al paso del tiempo, de casitas blancas, ventanas azules, flores y plantas variopintas que aguantan los años sin perder nada de su esencia. Es lo que tiene vivir rodeado de mar, que éste siempre envuelve la escena, dando a La Isleta del Moro ese carácter de pueblo marinero, pesquero aún, inmortal.

Barcos y los picos de Los Frailes, en La Isleta del Moro. | Esperanza Murcia/QVEA
Embarcaciones y Los Frailes, en La Isleta del Moro. | Esperanza Murcia/QVEA

Subida al Peñón Blanco

Si dejamos el coche en el aparcamiento de la entrada, nos encontramos de lleno con la playa del Peñón Blanco. Nada más llegar a la arena ya sabemos el por qué de su nombre, encontrándonos literalmente con la roca del mismo color en mitad, cerca de la orilla. De arena fina y aguas cristalinas, se encuentra rodeada de vegetación y montañas que, dependiendo de la hora en las que las bañe el sol, se perciben con tonalidades moradas fruto de su origen volcánico.

Después de un buen baño se recomienda abandonar la playa y, sin dejar atrás nunca el mar, subir hasta la cima del peñón. Es un recorrido intuitivo que bordea la pequeña costa del pueblo y para el que no se requiere más de cinco minutos. Las vistas son sencillamente espectaculares. Aunque no sea muy alto, se recomienda ir parando a lo largo del camino para vislumbrar el pueblo, el mar y los pequeños barcos que navegan por él a diferentes alturas.

Al llegar al final, si nos acercamos con cuidado, podremos ver pequeños acantilados de distintas tonalidades de azul y colores turquesas que nos adentrarán en lo más profundo del Mediterráneo. El ruido de las olas al romper contra las rocas y las gaviotas revoloteando alrededor transportan a otro mundo de calma y paz.

Embarcadero y mirador de La Isleta del Moro

Desandando nuestros pasos, al llegar abajo conviene seguir bordeando La Isleta hasta llegar al embarcadero que se ve desde la cima. Pequeñas barcas esperan en la entrada, desgastadas por la sal y de todos los colores y nombres, varadas en la orilla aguardando a que se las lleve de pesca. Una imagen mágica que es sello de La Isleta del Moro, que vio en esta su actividad económica principal muchos años atrás.

Aún persiste en la actualidad, siendo la visita a La Isleta del Moro una oportunidad perfecta de tomar pescado y marisco fresco, pero sí que ha decrecido en merced del turismo y la restauración que hoy les da de comer a la pequeña población residente.

Embarcadero de La Isleta. | Esperanza Murcia/QVEA

Así, resulta entrañable contemplar a los pescadores que aún se echan a la mar, una escena que se puede apreciar desde el espigón o el mirador que se encuentra a un par de minutos andando cuesta arriba. Desde este punto se puede observar a La Isleta con otra perspectiva, además de aprender, gracias a sus paneles informativos, sobre la pesca artesanal y la complicadísima tarea de “la varada”, así como de los abanicos aluviales que se repiten a lo largo del parque natural.

Estos abanicos se provocan por el contraste entre el relieve volcánico de la zona y la suave morfología de las depresiones litorales. Un cambio brusco en la pendiente por el que los cursos fluviales, al salir del frente montañoso, acumulan materiales que arrastran hasta formar cuerpos sedimentarios que generan este fenómeno.

Bajada al pueblo de La Isleta del Moro

Tras disfrutar las vistas desde el mirador, toca bajar hasta el pueblo de La Isleta del Moro. Si seguimos la calle hacia abajo, llegamos al mismo centro en el que se conserva un antiguo lavadero, donde todavía se puede encontrar a alguna que otra persona mayor lavando a mano la ropa. Es parte del encanto que se respira en La Isleta. Pequeñas señas de identidad que respetan su naturaleza de pueblo mediterráneo y las costumbres que nacen de ella.

Pueblo de La Isleta del Moro. | Esperanza Murcia/QVEA

Repartidos por toda esta zona hay varios centros de buceo, siendo una de las actividades más recomendadas en la visita a La Isleta. A modo de tiendas, hay varios puestos donde comprar souvenirs y comida. Encontramos los típicos de pulseras y otros más innovadores como el de Ocean Project, marca de ropa que reivindica la limpieza de las playas y mares, el de helados del desierto y hasta un ‘food truck’ para comer llamado ‘El Galleguiño’.

Y hablando de tener el estómago lleno, se puede disfrutar del buen pescaíto y marisco fresco a la par que se degusta una rica paella. Un lugar para hacerlo es el restaurante La Ola, con vistas a la playa y al peñón. Si se quiere continuar con una sobremesa, a un minuto andando se encuentra ‘Sobre la marcha’, para tomar una copa, merendar o despedir el día frente al mar.

Dos senderos desde La Isleta

Siguiendo este recorrido quedaría completa la visita a la Isleta del Moro, pero no tiene por qué acabar ahí. Hay varias rutas de senderismo que parten desde este enclave: el sendero hasta la playa de Los Escullos y el camino hasta la Cala de los Toros.

Dos sendas que en las temporadas de menos calor se pueden recorrer para conocer más a fondo el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar. Y, quién sabe, echándole imaginación quizás recorramos el mismo camino que anduvieron los piratas berberiscos que atracaban en la zona. Entre ellos, el caudillo Mohamed Arráez, que al llegar a este lugar la nombró ‘La Isleta del Moro Arraéz’. Por ese nombre se conoció mucho tiempo, hasta derivar al nombre actual.

Bullicio. Son muchas las conversaciones que se entrelazan a la vez. Ese jaleo implícito del centro, del corazón de cualquier ciudad, en el camino que va desde la plaza Pablo Cazard y la Escuela de Bellas Artes hacia la plaza de la Catedral de Almería a través de las calles Trajano y Eduardo Pérez. Una vez allí, dejando el templo aparte, no hay arquitectura alguna. No al menos en sí misma, a simple vista, pues es justo lo que pretendían Alberto Campo y Modesto Sánchez, arquitectos de su última remodelación 20 años atrás.

Mirando bien, las veinticuatro palmeras que forman y acogen la plaza no son casualidad. Más altas que la catedral, actúan de columnas para que el espacio luzca como si fuera una nave más. Tiene su razón de ser en que la plaza no eclipse jamás a los edificios que alberga. Gracias a esta sencillez y amplitud, escasa de fuentes o bancos, el protagonismo recae únicamente en la propia catedral y el Palacio Episcopal. Una apuesta por la estética.

Fachada de la catedral de Almería

Si hay algo que llama la atención nada más llegar a la plaza de la Catedral es la imponente fachada de la catedral de Almería. No importa desde qué calle se venga. Con el primer vistazo ya se nota su condición de fortaleza, protectora de los ataques piratas y moriscos que querían atacar la ciudad. Por ello no destacará por su gran altura, ya que así podía defenderse mejor ante las ofensivas de artillería.

La fachada, del siglo XVI, está compuesta por tres cuerpos estéticos en posición horizontal de arte principalmente renacentista con rasgos del gótico tardío. Obra de Juan de Orea, yerno del autor del Palacio de Carlos V de la Alhambra de Granada, su portada busca además de reflejar lo divino actuar de propaganda política del poder de dicho emperador. Puede verse reflejado en los relieves que representan los trabajos de Hércules -una asociación del Estado con los mitos para dotarlos de poder y supremacía-, en el escudo imperial del águila de dos cabezas o en los jarrones decorativos.

Plaza de la Catedral de Almería. | Esperanza Murcia/QVEA

Bajando la mirada, la parte intermedia de la portada está dedicada a la exaltación de la Encarnación de la Virgen María, nombre por el que se conoce a la catedral y la entrada principal del templo. Este acceso responde al clásico arco de triunfo romano que sirve de puente entre el mundo terrenal y el espiritual. En la parte inferior, se observa el escudo del Obispo Villalán, quien mandó a construir la catedral.

Palacio Episcopal

Palacio Episcopal de Almería. | Esperanza Murcia/QVEA

Deslumbrados por el poder de la catedral, si nos giramos y miramos para atrás vemos el Palacio Episcopal. Hablamos de la primera residencia oficial de la alta jerarquía eclesiástica de Almería. El edificio que vemos hoy, de elementos eclécticos, se debe a los arquitectos almerienses Trinidad Cuartara y Enrique López Rull que iniciaron su remodelación en 1894 bajo las órdenes del obispo Santos Zárate. El palacio sigue una estructura cúbica donde se mezclan distintas piezas de estilo medieval y clasicista.

El entorno: el Sol de Portocarrero y el Museo de la Guitarra

La plaza de la Catedral de Almería es la unión de su centro urbano, conectando con los grandes puntos de interés de la capital. Sus vertientes nos pueden llevar hasta la Plaza Vieja donde se encuentra el Ayuntamiento, a la mágica Alcazaba o retornar a las calles más prolíferas de bares de la ciudad.

Pero, ¿y si la bordeamos? Merece la pena descubrirlo. Rodeando la catedral por la izquierda encontramos el Sol de Portocarrero, o Sol de Villalán, un bajorrelieve de rostro antropomorfo rodeado de una cinta renacentista y que es uno de los símbolos oficiales de la ciudad de Almería. Se encumbra en el exterior de la Capilla del Santo Cristo de la Escucha, la más antigua de la catedral y donde se encuentra enterrado el obispo fundador de la misma Fray Diego Fernández de Villalán. En la tradición cristiana, el sol se empleaba como un símbolo de Jesús resucitado.

Sol de Portocarrero en la Catedral de Almería. | Esperanza Murcia/QVEA

Siguiendo el mismo camino, siempre bordeando el templo, llegamos al Museo de la Guitarra. Una buena oportunidad para conocer la historia del instrumento y al creador de la guitarra actual, el almeriense Antonio de Torres. Durante el recorrido, vale la pena observar el arte de la propia ciudad. Las fachadas de sus edificios más antiguos, los grafitis, cuadros del hoy, que decoran sus paredes. Y así, sin darnos cuenta, llegaremos a otro de sus grandes atractivos, la Puerta de los Perdones, un trasunto de la portada principal también obra de Juan de Orea.

Cerrando el círculo, regresamos a la plaza de la Catedral. Nos encontramos de frente al hotel del mismo nombre, construido en una de las viviendas señoriales del siglo XIX y de la que aún se conserva su fachada. Allí podremos degustar un rico pescado gallo pedro, frito o a la plancha, o un sabroso pulpo a la brasa. Son las dos especialidades de la casa que aguarda en su espacio superior una de las mejores terrazas de la capital. Cócteles, platos al centro y pinchos con unas vistas de ensueño, no ya sólo de la catedral sino también del conjunto monumental de la Alcazaba que se contempla al final.

La plaza de la Catedral, el principio de otro camino

Inicio del Camino Mozárabe de Santiago. | Esperanza Murcia/QVEA

Echa la parada, de vuelta a la plaza, hay algo nos llama. Un aviso. Y es que, desde este punto, cuando era ya el final del recorrido, se puede empezar otro camino. El del Camino de Santiago. La plaza de la Catedral de Almería es la partida de una de sus rutas que aun siendo más desconocida no es menos atractiva, la mozárabe. Un final de paseo que puede convertirse en inicio de un nuevo viaje. 

Horarios y tarifas de la Catedral de Almería

Estos son los horarios temporales para visitar la Catedral de Almería. Cabe señalar que están sujetos a posibles modificaciones por parte de la entidad. 

  • Lunes: Cerrado.
  • Martes: 10:30h a 15h.
  • Miércoles: 10:30h a 15h.
  • Jueves: 10:30h a 15h.
  • Viernes: 10:30h a 15h y 16h a 19h.
  • Sábado: 10:30h a 15h y 16h a 19h.
  • Domingo: Cerrado. 

La última entrada tiene lugar 45 minutos antes de la hora de cierre. En cuanto a sus tarifas, son las siguientes:

  • Entrada general (18 a 64 años): 5 euros. 
  • Reducida para mayores (a partir de 65 años): 4,50 euros. 
  • Entrada joven y/o estudiante (13 a 17 años y personas con carnet joven o universitario hasta 25 años): 3 euros. 
  • Grupos (20 personas o más): 3 euros. 
  • Gratuita: menores de 12 años acompañados de un adulto, discapacitados +63%, niños de familias numerosas (hasta 17 años) y empadronados en la ciudad de Almería. 

Para los fieles existe también el horario especial de misa, celebrándose de lunes a sábado a las 9:00 horas (misa conventual y laudes) así como a las 19:30 horas. Los domingos hay una única celebración eucarística a las 11:30 horas, celebrada por el obispo. Para más información se puede consultar su portal web, donde se recogen las últimas noticias. 

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