La muralla de Adra, visible y palpable todavía varias de sus partes originales, es un fiel vestigio hoy de la realidad que vivió la población de este rincón del suroeste de Almería cinco siglos atrás

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La culminación de la Reconquista, con la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos en 1492, reconfiguró las fronteras y convirtió a los pueblos y ciudades surgidas a orillas del mar en puntos estratégicos para la defensa del territorio y de la población ante invasiones y agresiones externas.

Los piratas berberiscos, la flota turca o cualquier otro pueblo que osara acercarse a los dominios españoles por vía marítima, se las verían con torres de defensa, murallas, castillos e incluso recintos sagrados convertidos en fortalezas desde los que poder avisar, y también repeler, las intentonas de los invasores.

Así se forjó el que solo es un capítulo más de la extensísima historia de la antigua Abdera fenicia, el puerto natural de las fascinantes y cercanas Alpujarras. Fue justo esta comarca montañosa, intrincada y bella, el lugar donde se refugiaron miles de moriscos desde finales del siglo XV, tras la capitulación del ‘Rey Chico’ Boabdil. Adra fue lo último que este vio de la Península, cuando definitivamente puso rumbo a África.

La muralla de Adra, visible y palpable todavía varias de sus partes originales, es un fiel vestigio, hoy, de la realidad que vivió la población de este privilegiado rincón del suroeste de Almería cinco siglos atrás. Recorrerla es adentrarse en el mismo corazón de Adra.

La muralla de Adra

La reina Juana de Castilla concedió una carta de privilegios para la construcción de la muralla de Adra en el año 1505. El objetivo era fortificar la frontera sur del reino, expuesta a los ataques de piratas e invasores.

Los muros darían igualmente cobertura al castillo-presidio que había sido erigido poco antes frente al mar por orden de los Reyes Católicos, en 1492, y del que hoy lamentablemente ya no queda nada. Alguien, en la segunda mitad del siglo XIX, concluyó que era una buena idea derribarlo para construir una pescadería.

Maqueta del recinto amurallado de Adra, en el interior del Cubo del Cementerio Viejo. | Anyo/QVEA
Maqueta del recinto amurallado de Adra, en el interior del Cubo del Cementerio Viejo. | Anyo/QVEA

Este emplazamiento, además, era de capital importancia por ser el puerto de Las Alpujarras, una de las principales salidas al mar del Reino de Granada. Adra, que se enmarca administrativamente en el Poniente Almeriense, históricamente siempre estuvo adscrita a Las Alpujarras, territorio con el que sigue guardando una estrecha vinculación.

Con un perímetro de 475 metros y forma hexagonal irregular, la muralla de Adra contaba con dos puertas, la del Mar y la del Campo (sur y norte). También siete torreones, una pequeña guarnición militar y un centenar de modestas viviendas intramuros que constituían la villa fortificada, habitadas en su mayoría por población llegada desde otros territorios más al norte.

El espesor de los muros de esta defensa básica de la villa era de 1,45 metros. Restos tanto de paños de muralla como de torreones han llegado a nuestros días y permiten al visitante tocarlos, adentrarse en aquella convulsa época mientras recorre el centro neurálgico de Adra, siguiendo los pasos de nuestros bravos antepasados.

La Torre de la Vela: inicio del recorrido por la muralla de Adra

Torre de la Vela, inicio del recorrido por la muralla de Adra. | Anyo/QVEA
Torre de la Vela, inicio del recorrido por la muralla de Adra. | Anyo/QVEA

Comenzamos el recorrido por la muralla de Adra en la Torre de la Vela, de la que toda fortaleza que se precie dispone. Es decir, el torreón más adelantado del recinto y el más cercano al mar, el primero en divisar el peligro.

En la muralla de Adra, a este torreón se le conoce como Cubo de la Carrera, por su ubicación en la avenida seguramente más importante del municipio, la Carrera de Natalio Rivas. Esta se extiende paralela a la línea de costa y no es más que un tramo de la Carretera de Almería.

Hoy en día puede parecer que su altura no es especialmente significativa, pero en aquella época su utilidad era máxima. Su conservación es muy buena y se encuentra en mitad del entramado urbano, adosado prácticamente a un bloque de viviendas. Está, eso sí, flanqueado por pequeñas secciones de paño de muralla que dan perfecta idea del recorrido que seguía el muro en ambas direcciones. El viajero se sorprende a menudo con la aparición de este vestigio medieval mientras pasea por la acera, en lo que se configura como un rincón de Adra, sin duda, único.

Puerta del Mar y Torreón de don Pablo de Moya

El recorrido continúa en dirección oeste, hacia lo que hoy es la plaza de la Puerta del Mar, en honor a la que era una de las dos entradas al recinto amurallado. La misma disponía de un revellín, o pequeño muro adelantado para redoblar su protección. Justo en el lugar donde se encontraba esta entrada al recinto amurallado se inicia hoy una de las calles intramuros más históricas de Adra, la calle Real.

En este caso, los restos de la Puerta no llegaron a pervivir y en el lugar donde se erigía encontramos el edificio del Ayuntamiento. El consistorio ocupa esta ubicación desde 1937.

El Ayuntamiento ocupa hoy lo que fue la puerta del Mar. | Anyo/QVEA
El Ayuntamiento ocupa hoy lo que fue la puerta del Mar de la muralla de Adra. | Anyo/QVEA

La única torre rectangular de la muralla de Adra es conocida como el Torreón de don Pablo de Moya, y de los vestigios que han perdurado es el único que permanece sin restaurar. Se encuentra junto al Ayuntamiento, y estaba unido a la Puerta del Mar -y esta a la Torre de la Vela- por sendos lienzos de muralla que fueron derribados hace dos siglos para permitir el desarrollo urbano de la ciudad. En su caso, se encuentra adosado a una vivienda particular, que lo mantiene ‘colonizado’. Únicamente es visible uno de sus lados desde el exterior, junto a otra pequeña parte de la muralla original.

La iglesia-fortaleza

Para continuar con el recorrido por la antigua muralla de Adra, sería imposible hacer el camino que dibujaba el muro entre el referido Torreón de don Pablo de Moya y el siguiente, el Cubo de las Atarazanas. Ni el paño ni este torreón se conservaron, fagocitados por el planeamiento urbano.

Para alcanzar el siguiente punto visible, siempre desde el interior de la antigua villa fortificada, deberemos subir la calle Real para toparnos, calle arriba, con la imponente iglesia-fortaleza de la Inmaculada Concepción, una de las más antiguas de Almería, cuya construcción se inició en el año 1501.

El edificio se incluía dentro de los límites de la muralla. Su configuración para que pudiera servir como lugar de avistamiento y, si era necesario, de disparo para repeler invasiones, resultó fundamental en la defensa de Adra.

No obstante, no se fortificó hasta 1620, a raíz del demoledor asalto turco-berberisco, una invasión que motivó otras intervenciones similares en la provincia, como en la Catedral de Almería o el templo de Vera.

Entre sus elementos que la configuran como fortaleza, cuenta con antepechos defensivos y saeteras en los laterales, desde donde poder disparar, así como espacio en su parte superior para colocar cañones. Su torre se reconstruyó después del devastador terremoto de 1804 y seguramente su rasgo artístico más interesante sea su cabecera, obra de Ambrosio de Vico y fiel ejemplo de protobarroco. De hecho, fue la primera manifestación barroca de toda la Diócesis de Granada.

El Torreón de Olvera o Cubo del Cementerio Viejo

La iglesia tenía numerosas casas adosadas, dado el poco espacio que existía dentro de los límites de la muralla. Este problema también se presentó para la construcción del cementerio parroquial, una vez que en el periodo ilustrado se decidió que, por razones de higiene y salubridad, los muertos no podían ser enterrados dentro de la iglesia.

Así, el nuevo camposanto se ubicó lo más cercano posible al recinto sagrado, aunque ya extramuros. Una de sus tapias era precisamente un paño de muralla, y es en este lugar donde podremos apreciar el trozo de muro original más grande que se ha conservado. También aquí se puede visitar el interior de otro de los siete torreones, el Torreón de Olvera, conocido también, y por razones obvias, como el Cubo del Cementerio Viejo.

El Torreón de Olvera, parte de la muralla de Adra. | Anyo/QVEA
El Torreón de Olvera, parte de la muralla de Adra. | Anyo/QVEA

Los visitantes que así lo deseen pueden solicitar la visita al interior del Torreón de Olvera, que guarda una bonita maqueta que reconstruye cómo era la muralla de Adra, así como su castillo.

Su autor fue Pedro Sarmiento, un maestro que llegó a Adra desde León y que, entre otros hitos, fue el primer alcalde abderitano de la democracia. También dentro del torreón se puede observar la réplica de la Torre de Guainos, del siglo XVI, otro rico elemento patrimonial de Adra que igualmente tenía como cometido la vigilancia.

Este torreón se fabricó, como toda la muralla, con mampostería con mortero de cal y alternando cantos rodados del río Adra con piedras de pizarra. Posee, como sucede a lo largo de todo el amurallado, troneras y saeteras que facilitaban la defensa a los soldados.

La Puerta del Campo y los últimos restos de la muralla de Adra

Estatua a Ortiz de Villajos. | Anyo/QVEA
Estatua a Ortiz de Villajos. | Anyo/QVEA

Para finalizar con el recorrido hexagonal de la antigua muralla de Adra, tomaremos dirección sureste para llegar paseando a través de las coquetas calles Gloria y Escuela a la Plaza Vieja, o Plaza Ortiz de Villajos, en memoria del afamado compositor musical abderitano.

Este es el lugar en el que se erigía la segunda de las puertas de acceso a la villa fortificada, y de la que ya no queda nada. Fue derribada en el siglo XIX con el objetivo de ganar espacio para nuevas construcciones. Tampoco hay vestigios del Torreón del Campo, otra de las torres defensivas del recinto, o del séptimo y último, conocido como Cubo Torral.

Para apreciar los últimos restos visibles de la muralla de Adra deberemos hacerlo desde el interior del Centro de Día para mayores, cuyos usuarios tienen el privilegio a diario de poder disfrutar de este trozo de la historia de su pueblo.

Extra: Refugios de la Guerra Civil

En este punto del recorrido nos encontraremos justo encima de otra de las joyas patrimoniales de Adra, aunque de mucha más reciente construcción, los Refugios de la Guerra Civil, de los cuales varios son visitables.

Podremos apreciar además un imponente muro, o balate, construido por el Conde de Chacón. Desde esta plaza elevada, durante la procesión de San Marcos se mostraba la imagen del santo para que bendijera todos los cultivos a sus pies, al ser esta zona de vega en el pasado.

Hoy, podemos acceder, a través de un paso elevado sobre la Carrera de Natalio Rivas, al Mercado Municipal y la Biblioteca de Adra. Y, una vez de nuevo en la calle, estaremos apenas a unos metros del punto en el que se inició el recorrido por las Murallas de Adra, su Torre de la Vela.

Dónde comer tras la visita

Después de tanto trasiego a la búsqueda de restos medievales, a buen seguro que nos habrá entrado hambre y sería un pecado no probar las ricas tapas de la cocina abderitana. Una conjugación perfecta entre los pescados frescos del Mediterráneo, con el pulpo seco como emblema, y la potentísima agricultura de la Huerta de Europa.

Son muchas y buenas las opciones para tapear o comer en Adra, y esta vez escogeremos un lugar conocido por todos los abderitanos y con una gran reputación, el Restaurante Mesón Bonillo. Iremos buscando la que es una de sus especialidades estrellas: los fideos aparte, un riquísimo guiso de pescado acompañado por fideos que nos hará querer repetir. Y de postre, casero por supuesto, un riquísimo ‘Zabaoine’ elaborado por la abuela de este emblemático local de Adra, que además ofrece un menú de calidad a diario, incluidos los domingos.

Para llegar al Bonillo desde la Torre de la Vela, el punto en el que comenzó y finalizó nuestro paseo por la muralla de Adra, lo podremos hacer a pie en menos de 10 minutos. Para ello, tomaremos el Paseo de los Tristes en dirección al mar, hasta alcanzar el cruce con la calle Guadix, que es donde se encuentra nuestro destino gastronómico.